jueves, 20 de diciembre de 2018

CONTINUIDAD Cuento triste de Navidad

                                               

                                                            Cuento triste de Navidad


La monótona música de los villancicos traspasa, como cada año, los cristales de la ventana. La misma historia vuelve al lugar de siempre. En el salón, un gastado «belén» ocupa la repisa de la chimenea. En el «belén» el Niño debe de tener la mejilla rota, y la tiene; la Madre debe de estar con los ojos borrados, y así está; el Padre debe agarrar con dureza la empuñadura del bastón, y lo hace.
Sentado en un raído sillón, frente a la chimenea, un hombre contempla inquieto la escena navideña, al tiempo que sujeta con fuerza una culata fría. Sobre una hamaca, una mujer balancea su cuerpo con ritmo cansino, mientras que mira en silencio, con ojos apagados y quietos, una fotografía amarillenta que mantiene entre las manos. La estancia huele a aguardiente añejo. Las sucias bolas de cristal que pretenden adornar el «nacimiento» ya no reflejan la luz que apenas cubre las paredes de la habitación. Apartado en un rincón, un niño lee un cuento de navidad escrito en un diario un día 25 de otro mes de diciembre. Un «boom» salido de entre las palabras que está leyendo se adelanta al potente «boom» que llega a sus oídos. Con miedo, y sin levantar la vista, al mismo tiempo que toca su cara dolorida, el niño prosigue con la lectura para saber cómo termina la historia de aquel otro 25 de diciembre que se cuenta en el diario, y las letras le van descubriendo que el hombre que aparece en el relato tiene que quedar con el brazo caído, inerte, y sus dedos rozando las baldosas manchadas de rojo, y así queda; y la mujer que le acompaña, después de llorar con amargura hasta secar sus ojos, tiene que permanecer eternamente mirando una fotografía que coge con sus temblorosas manos, y así permanece; y un niño, que se acurruca temeroso en una oscura esquina, tiene que leer un cuento triste de navidad, mientras se acaricia su rostro herido, y así lo hace.
El niño termina de leer el relato escrito en el diario, y vuelve a esconderlo bajo las baldosas rotas del salón, para que al año siguiente, cuando los villancicos retumben de nuevo a través de los cristales y el «belén» roto vuelva a estar sobre la repisa de la chimenea, otro niño lo encuentre, mientras se oculta con miedo en un rincón oscuro con su mejilla dolorida. 
                                                           Antonio Blázquez-Madrid
                                                         ablazquezmadrid@gmail.com

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