Cuento triste de Navidad
La monótona
música de los villancicos traspasa, como cada año, los cristales de la ventana.
La misma historia vuelve al lugar de siempre. En el salón, un gastado «belén»
ocupa la repisa de la chimenea. En el «belén» el Niño debe de tener la mejilla
rota, y la tiene; la Madre
debe de estar con los ojos borrados, y así está; el Padre debe agarrar con
dureza la empuñadura del bastón, y lo hace.
Sentado en un
raído sillón, frente a la chimenea, un hombre contempla inquieto la escena
navideña, al tiempo que sujeta con fuerza una culata fría. Sobre una hamaca,
una mujer balancea su cuerpo con ritmo cansino, mientras que mira en silencio, con
ojos apagados y quietos, una fotografía amarillenta que mantiene entre las
manos. La estancia huele a aguardiente añejo. Las sucias bolas de cristal que
pretenden adornar el «nacimiento» ya no reflejan la luz que apenas cubre las
paredes de la habitación. Apartado en un rincón, un niño lee un cuento de
navidad escrito en un diario un día 25 de otro mes de diciembre. Un «boom»
salido de entre las palabras que está leyendo se adelanta al potente «boom» que
llega a sus oídos. Con miedo, y sin levantar la vista, al mismo tiempo que toca
su cara dolorida, el niño prosigue con la lectura para saber cómo termina la
historia de aquel otro 25 de diciembre que se cuenta en el diario, y las letras
le van descubriendo que el hombre que aparece en el relato tiene que quedar con
el brazo caído, inerte, y sus dedos rozando las baldosas manchadas de rojo, y
así queda; y la mujer que le acompaña, después de llorar con amargura hasta
secar sus ojos, tiene que permanecer eternamente mirando una fotografía que
coge con sus temblorosas manos, y así permanece; y un niño, que se acurruca
temeroso en una oscura esquina, tiene que leer un cuento triste de navidad,
mientras se acaricia su rostro herido, y así lo hace.
El niño termina
de leer el relato escrito en el diario, y vuelve a esconderlo bajo las baldosas
rotas del salón, para que al año siguiente, cuando los villancicos retumben de
nuevo a través de los cristales y el «belén» roto vuelva a estar sobre la
repisa de la chimenea, otro niño lo encuentre, mientras se oculta con miedo en
un rincón oscuro con su mejilla dolorida.
Antonio Blázquez-Madrid
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